El día que nací estaba lloviendo.
Y por qué ese acontecimiento aleatorio está conectado con esta newsletter.

El día que nací estaba lloviendo. A lo mejor me lo contó mi mamá o a lo mejor me lo inventé. En todo caso, no recuerdo de dónde saqué este dato, así es que es posible que mienta cada vez que lo diga. Pero pongamos que el día en que nací estaba lloviendo porque cuando era adolescente trazaba mi naturaleza melancólica a la lluvia de ese día y porque «no dejes que la verdad te arruine una buena historia».
El acto de escribir siempre estuvo atado a mi naturaleza melancólica. Empecé a escribir cuando era niña porque estaba muy triste y me sentía muy sola y vivía situaciones que me quedaban muy grandes, pero cuando escribía (¡qué alivio!) toda mi vida se reducía hasta encajar en una hoja de papel. La realidad se volvía manejable, podía doblarla, hacerla bola, apretarla en mi puño, desecharla.
Hace unos años leí un texto de Sandra Cisneros que decía que nadie escribe porque está feliz, y eso me marcó profundamente porque la única época de mi vida en la que no escribía era en la que aún no me habían alfabetizado. Recuerdo que pensé: ¿acaso he estado triste desde siempre? De ser así, debía ser culpa de la lluvia.
Alguien me dijo una vez que una característica muy propia de mis escritos era que siempre hacía preguntas, que cada tres párrafos me cuestionaba cosas. El otro día una amiga me insinuó que sabía que me encontraba bien porque prácticamente había dejado de publicar en mi blog desde que me mudé a Madrid. Y tienen razón. Estoy bien. Me hago menos preguntas. Sin embargo, quiero seguir escribiendo.
Cuento todo esto porque este proyecto va a contracorriente de lo que tradicionalmente ha sido mi relación personal con la escritura. He comenzado diarios, blogs y publicaciones siempre desde una herida. Y eso está bien, no digo lo contrario. Agradezco a la literatura el haber espantado a mis monstruos, el recolocarme el alma en su sitio.
¿Pero qué pasa si me permito crear —renacer— en un día soleado?
Supongo que pasan todas las pequeñas cosas.
El día en que nací estaba lloviendo, y a veces todavía pienso que eso dice algo de mí, pero otras veces recuerdo que la lluvia del día de mi nacimiento no tiene nada que ver conmigo y todo que ver con la propia naturaleza del cielo.
Sobre esta newsletter:
Me comprometo a escribir, pero no prometo escribir bien.
Tampoco prometo constancia. El día que te llegue un boletín de estos, sorpréndete.
No sé si este nuevo formato significará algo para mi blog, solo sé que los concibo como espacios independientes y lo que comparta por aquí no será publicado allá.
Me gusta la idea de que lo que escriba se disuelva entre muchos otros correos en la bandeja de entrada de la gente. Me hace sentir menos expuesta y me ayuda a reconectar con mi autenticidad y vulnerabilidad.
Así es que me doy el permiso de ser vulnerable. Ridícula, incluso. Total, todos nos vamos a morir.