Me despierto y el mundo me desilusiona. Apago la alarma, vuelve a sonar a los 9 minutos, el mundo entero sigue ahí sin hacer nada y me decepciona.
Prefiero leer el horóscopo a leer las noticias. Elimino la aplicación de Instagram de mi celular como si eso borrara la realidad. Firmo peticiones de alto al fuego, dono dinero, lloro con los videos de Gaza, pero duermo cada noche bien arropadita bajo mi sábana de Ikea. Amanece, sigo sin entender quién da y quita el derecho a despertar sano y salvo, y el universo entero me decepciona.
Hago listas de cosas por las que sentirme agradecida y me doy cuenta de todo lo que tengo que antes daba por sentado. No tengo nada de qué quejarme y como sea me quejo. Después de haberle entregado mi adolescencia a la iglesia católica ya no creo en nada, pero por si acaso limpio mis espacios con el humo de un palo santo.
¿Cuántos inciensos hay que quemar para que se esfume un genocidio?
Mi app de meditación dice que he entrenado un total de 36 horas con 20 minutos y esa cifra me decepciona. Me pregunto si al sistema no le convendrá tanto mindfulness para que aceptemos esta realidad de mierda, una respiración a la vez, sin intentar cambiarla.
Solo pido que el dolor pase a través de mí, pero que no me deje inmóvil.
No entiendo demasiado las reglas de este juego. Me descoloca que sigamos sin ponernos de acuerdo para darnos lo mínimo los unos a los otros: seguridad, salud, educación, un techo, un plato de comida, dormir con la certeza de que no te despertarán las bombas o sin la incertidumbre de si esas bombas no te dejarán despertar jamás.
A veces tengo ganas de salir a la calle, abrazar a cada persona que me encuentre y pedirle perdón por todo el daño que no le he hecho. Otras veces quiero que caiga un meteorito y que los dinosaurios vuelvan a poblar la Tierra.
El mundo me desilusiona y el corazón se me vuelve papilla en el pecho, pero me despierto cada día, apago la alarma y pienso en lo cómodo que es mirar la violencia más brutal a través de una pantalla, donde no llega el olor a carne chamuscada.
Antes pensaba que estábamos en el universo para ser testigos de la belleza y ahora sé que también es preciso fijar la mirada en lo terrible.
Por eso, cuando el algoritmo trae ante mis ojos el horror, no me protejo, no miro hacia otro lado ni cuido mi estúpida salud mental. Esta gente está documentando lo inimaginable para que lo veamos y tenemos que mirar. Hacer estómago y clavar los ojos en el bebé palestino decapitado, en los cuerpos palestinos incinerados, en el infierno palestino que arde y arde mientras seguimos con nuestra vida como si nada.
Me niego a curarme de espanto. Lo mínimo que puedo hacer es asegurarme de que todavía tengo alma, de que soy capaz de sostener y sentir el dolor de los demás.
Otras cosas que tampoco te levantarán el ánimo (sorry!):
Sé que esta newsletter se llama Todas las pequeñas cosas y no Todas las grandes mierdas, pero este no es un espacio para gente con el alma planchadita y almidonada. Aquí vamos a incomodarnos, a llorar y a sostener el dolor del mundo como podamos. Esta es mi ofrenda. Ya no sé qué otra cosa hacer.
My feelings exactly:
El título de esta publicación salió de este poema de Benedetti.
Un recordatorio:
Mil gracias Nadia, por ponerlo en palabras y compartir. Me he estado sintiendo de la misma manera por meses: "Amanece, sigo sin entender quién da y quita el derecho a despertar sano y salvo, y el universo entero me decepciona." Es inaudito que seamos mas los que tenemos consciencia y alma para condenar la violencia y denigracion humana pero que no seamos nosotros los que tenemos el poder politico o economico para poner un alto hoy. Estoy tratando de usar mi poder individual para compartir, donar, hablar de esto, pero la mayoria del tiempo no se siente suficiente. Fue un respiro haberte leido. Te mando un abrazo y espero que se vengan los dias en que la tristeza y el enojo nos empujen a actuar en vez de sentirnos culpables.